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José Antonio Gómez Yáñez nos ofrece en exclusiva para el nuevo número de AZAR una revisión de las principales representaciones del Juego en el cine a través de una película tan icónica como es El rey del Juego (Cincinatti Kid)

La magia del cine y el Juego

Jóse Antonio Gómez Yáñez

El último número de la Revista AZAR incluye una nueva entrega de la aclamada sección de José Antonio Gómez Yáñez, El Arte del Juego. En esta ocasión nos sumergimos en el maravilloso mundo del séptimo arte para ahondar en una de las películas más icónicas sobre el Juego, como es El rey del Juego, también conocida como Cincinati Kid.

Un artículo obligado para los amantes del cine y, por supuesto, del Juego, donde desentraña todos los secretos y analiza de manera espectacular el perfil real del jugador a través de esta película.

Hay películas en las que me interesan más los teóricos secundarios, porque son los que dan entidad a la historia, me pasa con Blancanieves de Disney, es más atractiva la Reina que la adolescente rodeada de siete enanitos (Disney no se atrevería hoy con esa peli). Con dos películas sobre el juego me pasa lo mismo, me interesan más los “profesionales establecidos” que las “estrellas ascendentes”. En El buscavidas (The Hustler) es más interesante el Gordo de Minnesota (Jackie Glesson) que Paul Newman. En El rey del juego (The Cincinati Kid), Lancey Howard, The Man (Edward G. Robinson) desborda a Steve McQueen. Las dos cuentan casi la misma historia, separadas por cuatro años, rodadas en 1961 y 1965, respectivamente. Con el billar y el póker como “escenarios”. Pertenecen a una época en la que la visión del juego aún no se había deslizado hacia la idea de desviación que imprimió la Asociación Americana de Psiquiatría en los primeros ochenta.

Norman Jewison rodó la mejor partida de póker jamás contada, con guión de Ring Lardner Jr., Terry Southern, sobre una novela de Richard Jessup. En escena: los citados Robinson y McQueen, Karl Malden (Genio, en otro de esos papeles suyos que pisa a los protagonistas), Ann Margret (Melva, la mujer del Genio, el eje de las tramas secundarias) y Joan Blondell (lady Fingers, lady Manitas en el doblaje al castellano). La música del gran Lalo Schifrin, la voz de las canciones es de Ray Charles, lo que transporta la acción “al Sur”, a New Orleans años 30. Jewison, hoy con casi 100 años, cuenta con una filmografía sobresaliente entre los sesenta y los noventa: Jesucristo Superstar, En el calor de la noche, El violinista en el tejado, Agnes de Dios, El caso Thomas Crown, Hechizo de Luna, … Estaba previsto que el director fuera Sam Peckimpah, que le hubiera dado más dosis de violencia, pero sus diferencias con Jessup llevaron a Jewison. Visto el resultado, fue una buena decisión.

La historia es conocida: los apostadores de Nueva Orleans montan una partida entre la estrella ascendente, The Kid (McQueen) y el mejor, Lancey Howard, The Man (Robinson). Respetan al sibarita Lancey Howard, pero desean que pierda, él capta este ambiente, pero se siente seguro por la integridad de los profesionales que rodean la partida (Genio y Lady Manitas). La película transcurre entre la tensión de la partida, los jugadores que se van retirando, los nervios de los apostadores; la fragilidad de Genio, el “hombre bueno” contratado para organizarla, por los escarceos y deseos de su joven esposa (Margret en el mejor papel de su vida), bajo la presión de uno de los principales apostadores; Lancey Howard se da cuenta, conoce las debilidades humanas, sabe cómo gravitan sobre los individuos; y entra en escena Lady Manitas. La tensión estalla en la mesa, en la que sólo quedan los dos. Llega la última mano, The Man (Robinson) arrastra a Cincinati Kid a apostarlo todo, saca la J de tréboles y gana. La vida en una carta.

Se puede decir que ya es bastante que The Man gane a Cincinati Kid (Robinson a McQueen), ¿alguien esperaba que perdiera McQueen? Pero creo que la película habría terminado mejor si Edward G. Robinson hubiera mantenido su rostro petrificado, McQueen no se hubiera atrevido a la última apuesta, y la última carta de Howard hubiera permanecido boca abajo sobre el tapete. Como con Casablanca, que cada vez que se ve piensas que Bergman esta vez se va a quedar con Bogart. Cada vez que veo Cincinati Kid creo que no veremos la última carta, y la leyenda de The Man se agrandará por dominar mentalmente a sus rivales, no por tener la mejor carta. Supongo que al cerrar el guión el final debió ser la gran duda. La vida a veces depende de una carta, de un minuto, una gran película española, La vida en un minuto, de Edgar Neville, trabaja esa clave. Pero The Man conoce a las personas, capta su psicología, el final no sólo es suerte, es dominio mental. No sé si hacer depender todo de una carta no traiciona un poco la idea central del personaje clave.

Spencer Tracy iba a interpretar a Lancey/The Man, pero su delicada salud lo impidió, falleció poco después. Sin duda, Tracy era capaz de interpretar cualquier papel, pero creo que su halo de bonhomía no hubiera podido transmitir la dureza y frialdad que requería el personaje de Lancey Howard. Que recayera en Edward G. Robinson fue un acierto. Siempre será recordado por sus papeles de gangster (Cayo Largo) o en dramas psicológicos (La mujer del cuadro, Perdición). Su vida personal, económica y profesional fue complicada durante los 50, atrapado en la ola del macarthismo, arrastró una enorme frustración que ensombreció su semblante y su carácter.

Cincinati Kid, igual que El buscavidas, transmite la verdadera idea de lo que es un jugador. Dostoievski y los psiquiatras han creado un arquetipo equivocado, identificándolo con el ludópata (un personaje digno de compasión). El jugador es el tipo que en la mesa calcula mejor que nadie las probabilidades de las cartas y que domina mentalmente a sus rivales. Haré una excusión al presente.

El jugador es el que en julio lo pierde casi todo y se juega el resto sorprendiendo a sus rivales y a los espectadores. Sabe que las primeras manos las ganó su adversario, pero también que no sostendrá los envites, en septiembre casi gana una partida que tenía perdida. Es quien mejor conoce la mesa. A los demás jugadores los seduce, los compra, se entiende sin hablar con el peor enemigo de su adversario, quebranta la moral de su rival con desplantes. Llega al final y gana la partida (en noviembre). No le importa el tiempo, desencaja a sus rivales: ¿con qué cartas juega este hombre?, ni siquiera lo saben sus socios. Seguro que ustedes lo conocen, no es una adivinanza difícil. Creo que el símil es productivo para comprender ciertas cosas.

Como siempre, me pregunto cómo el Juego, pudiendo “jugar” con estas imágenes, no las utiliza.

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