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Difundimos íntegramente el artículo de opinión de GERMÁN GUSANO publicado hoy en EXPANSIÓN

El Juego de Azar en una sociedad “enfermiza”

AZARplus

La decisión de entretenerse está recibiendo especial atención, originando un conflicto social. Desgraciadamente, en su planteamiento, existe una rigurosidad limitada que provoca un alarmismo ilimitado. El errático debate público está acotado a que el juego de azar es nocivo per se para la salud, lo doméstico y, por extensión, para la colectividad.

¿Por qué demonizarlo? ¿Por qué motivo alguien debería ser castigado socialmente por jugar? ¿Cuáles son las soluciones? ¿Qué va a traer esa condena o recorte? Las respuestas se fundamentan en creencias negativas, en arquetipos morales y en la protección. Sin embargo, no es justificable ese protagonismo comunitario ni mediático.

Jugar es un asunto privado, regulado y sin repercusiones públicas que autoricen la intromisión ni ese interés desproporcionado en contrarrestar una decisión adulta. Para Berlin, apoyado en Hayek, todos necesitamos una parcela de vida “absolutamente” privada. Esa libertad positiva debe preservarse frente a la negativa o coercitiva.

Así, la argumentación para no demonizarlo se sostiene en dos pilares: una defensa férrea de la autonomía personal y la exigencia de evitar daño a terceros, que funciona como freno del primero. Esta combinación sirve para rebatir los razonamientos paternalistas, perfeccionistas y de defensa social.

El liberalismo rechaza cualquier tipo de imposición de comportamientos y promueve la libertad de elección, sea o no virtuosa. Ese pensamiento clásico, basado en Mill, limita la invasión estatal en lo particular. Si las políticas se dirigen a proporcionar una guía preventiva y a dar a conocer, anticipadamente, las posibles consecuencias permiten aceptar un paternalismo blando. Aun a riesgo de serle perjudicial eventualmente, no es causa suficiente para coartar una conducta si el ciudadano sabe lo que está haciendo y así lo elige. Como defienden Sunstein y Thaler, hay defectos cognitivos y un saber limitado que posibilita una intervención no intrusiva, es decir, sin bloquear las alternativas seleccionables.

Lo lúdico no afecta a otros directamente. Esta justificación es la única plausible para defender el ejercicio de la libertad civil de jugar. Puede elegirse por diversión u otros efectos placenteros. Sin embargo, también existen los sensibles al ver ese tipo de locales o por la supuesta permisividad a menores u otros usuarios excluidos. El daño a terceros es un concepto demasiado amplio y subjetivo, siendo posible rebatir cada una de esas afirmaciones.

En definitiva, argumentar desde la presunción de que todo aquél que juega es inmoral o dependiente, limitaría sinsentido esta opción recreativa. Los grupos vulnerables no son un objetivo de los operadores de juego o sus afines. Esa incriminación emana de un contexto populista, teledirigido, interesado e infeccioso.

Vargas Llosa en La llamada de la tribu describe su evolución ideológica, desde su juventud marxista hacia una madurez cuajada de liberalismo. En La sociedad abierta y sus enemigos, Popper remarca la existencia de una versión “cerrada” que limitó tiránicamente el conocimiento, la libertad y la decisión personal, hasta que la democracia ensalzó el individualismo. La tribu limita el desarrollo y los tabúes marcan el quehacer.

La interacción entre la autonomía y sus posibles damnificados no funciona hoy armónicamente y pretenden limitar el consumo de ocio y, por extensión, la libertad y la igualdad. La importancia de la soberanía individual no se ve reflejada y maltratan un servicio que consideran ab initio erróneamente perjudicial. En general, no puede justificarse como un comportamiento dañino si se realiza legal, informada y autónomamente, extremando las advertencias y el control sobre los más vulnerables. Si se alteran esas condiciones el usuario sí dejaría de estar protegido y podría resultar tan perjudicial como el desarrollo desordenado de otras facetas.

Los valores tradicionales se han ido debilitando y las normas resultan extremadamente rígidas, lo importante es el placer, cada vez más excluyente, sin asumir responsabilidades. Según Bauman, aún debemos aprender el arte de vivir en un mundo sobresaturado de información y, también, el aún más difícil arte de preparar a las próximas generaciones para ello. Sufren el “síndrome de la impaciencia”: mínimo esfuerzo e instantaneidad.

En este fluir constante de datos, el riesgo permanente es no saber filtrarlos. La educación debe reformarse para desarrollar las habilidades necesarias que permitan distinguir lo válido. El mundo cambia pero lo hace sin un patrón claro. El futuro está marcado por la incertidumbre y hay que ser capaces de construir responsablemente el recorrido.

Tomar en serio a un ciudadano libre implica considerar sus decisiones en igualdad, ya sean las lecturas de Marx, la ingesta excesiva, el yoga o los juegos de azar. La repuesta a un problema individual no debería estar asociada con el aumento de la coerción del sistema sino con la pedagogía, la prevención, la asistencia y soluciones transversales frente a las externalidades negativas y las nuevas tecnologías. Reformulando las reflexiones de Aron y Revel, el abuso tecnológico y el consumo excesivo pueden convertirse en una amenaza a la libertad, aunque idealmente ésta se amplíe.

Lipovetsky indica que el “deber” generador de virtud, queda relevado por el disfrute subjetivo, por el “ser”. Se avanza imparablemente en todo lo que sea experimentar a destiempo y con descontrol. En la posmodernidad el entretenimiento se ha convertido en esencial, pero el verdadero espectáculo lo aportan actores que desechan lo riguroso para sustituirlo por lo sesgado, lo falso o lo discriminatorio. Pinker nos recuerda que los populistas siempre están en el lado oscuro de la historia.

Cual sombra del autoritarismo, se usan medidas regresivas que limitan derechos y libertades que auguran una involución económica y social. Quienes intentan restringir la libertad anulan la voluntad, el dinamismo y la indeterminación de los actos. Indudablemente vivimos en un capitalismo neoliberal que se ve trágicamente acompañado, sin rubor, por la demagogia y un populismo adicto al alarmismo en una sociedad “enfermiza”.

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2 Comentarios

  1. Increíble retorno de una persona que parecía estar “fuera de juego” tras su dedicación a nuestro sector desde la Fundación Codere. Esperemos que siga entre nosotros. Enhorabuena por la brillante y sensata exposición.

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