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Difundimos en EXCLUSIVA el ARTÍCULO ORIGINAL COMPLETO de GERMÁN GUSANO cuya versión corta fue publicada en Expansión y adelantada por AZARplus para todos nuestros lectores

El Juego de Azar en una sociedad “enfermiza”, versión completa

AZARplus

Jiddu Krishnamurti señalaba en El Libro de la Vida que no es saludable estar adaptado a una sociedad hoy enferma, urgiendo una transformación cultural. La decisión de entretenerse está recibiendo especial atención, originando un conflicto social. Desgraciadamente existe una rigurosidad limitada en su planteamiento y, como consecuencia, resulta un alarmismo ilimitado. El errático debate público está acotado a que el juego de azar es nocivo per se para la salud –no solo física sino mental-, lo doméstico y, por extensión, para la colectividad.

Pero la comunidad, mediante una decisión consensuada, es la que decide considerar una conducta como pública y atribuirle ciertas consecuencias, aunque sean totalmente desacertadas. ¿Por qué demonizarlo? Las respuestas se fundamentan en creencias negativas, en arquetipos morales y en el interés de proteger a los usuarios. Sin embargo, no es justificable ese protagonismo comunitario y mediático. ¿Por qué motivo alguien debería ser castigado socialmente por jugar? ¿Cuáles son las soluciones? ¿Qué va a traer esa condena o recorte?

El amparo paternalista intenta recalcar que el juego nubla la voluntad y genera adictos. Su sector duro prohíbe los hábitos potencialmente nocivos para disuadir a quienes tienen curiosidad en probar suerte. Impone un rumbo para preservar la salud. Por su lado, la opción blanda trata de compaginar los preceptos legales respetando la autonomía personal. La intervención pretende facilitar la mayor cantidad de información para una decisión individual, racional y libre. No se trata de obligar a aceptar ciertos prototipos sino de preservar un equilibrio emocional, desalentando opciones peligrosas. Esta variante armoniza perfectamente con una concepción liberal.

Para otros, implica autodegradación moral y es razón para imponer modelos virtuosos. Esta tesis de control idealiza un ciudadano-tipo y, a menudo, usa un lenguaje emotivo vinculado con “vicio”, “degeneración”, “virus”, “epidemia”, “droga” o similares vocablos que presentan el juego de azar como una desviación. La decencia se alcanzaría si no jugamos, pretendiendo modificar absurdamente algo innato.

Distinto argumento es la protección de terceros o la defensa social que se basa en proteger de los “viciosos” al resto de la comunidad. Admite que un ciudadano juegue, pero le impone un límite difuso. Es complejo determinar de qué forma alguien que juega responsablemente pueda afectar a otros. Con un análisis torticero, cualquier actuación podría hacerlo.

Jugar es un asunto privado, sin repercusiones públicas que autoricen la intromisión ni ese interés desproporcionado en contrarrestar una decisión adulta, informada y racional. Según Isaiah Berlin, apoyado en Friedrich Hayek, el ser humano necesita una parcela de vida privada de la que no tenga que dar cuenta a nadie. Esa libertad positiva debe preservarse frente a la negativa o coercitiva.

Así, la argumentación para no demonizarlo se sostiene en dos pilares: una defensa férrea de la autonomía personal y la exigencia de evitar daño a terceros, que funciona como freno del primero. Esta combinación sirve para rechazar los razonamientos paternalistas, perfeccionistas y de defensa social.

El liberalismo rechaza cualquier tipo de imposición de comportamientos y promueve la libertad de elección, sea o no virtuosa. Ese pensamiento clásico, basado en John Stuart Mill, limita la invasión estatal en la esfera particular. Si las políticas se dirigen a proporcionar una guía preventiva y a dar a conocer, anticipadamente, las posibles consecuencias permiten aceptar un paternalismo blando. Aun a riesgo de serle perjudicial eventualmente, no es causa suficiente para coartar una conducta si el ciudadano sabe lo que está haciendo y así lo elige. Como defienden Cass Sunstein y Richard Thaler, hay defectos cognitivos y un saber limitado que posibilita una intervención no intrusiva, es decir, sin bloquear las alternativas seleccionables.

Lo lúdico no afecta a otros directamente. Esta justificación es la única plausible para defender el ejercicio de la libertad civil de jugar. No afectaría, en general, a ningún bien protegido ab initio que pudiera ser invocado por el resto. Alguien puede, como parte de su plan de vida, elegirlo sólo por diversión o porque encuentra otros efectos placenteros. Sin embargo, la potestad individual se ve restringida cuando tienen que establecerse los límites por el perjuicio a otros ciudadanos. Alguien podría decir que no tiene por qué ver ese tipo de locales ya que afecta a su sensibilidad o no produce mayor felicidad en quienes no participan. El daño es un concepto demasiado amplio y subjetivo, siendo posible rebatir cada una de esas afirmaciones. En definitiva, argumentar desde la presunción de que todo aquél que juega es inmoral o dependiente, limitaría sinsentido esta opción recreativa.

Habrá quien piense que se obvia la situación de los menores que pretenden vulnerar las fronteras de su edad, la supuesta permisividad a otros usuarios excluidos, así como a los que lo usan como alternativa o escape a determinados problemas personales. Los grupos vulnerables no son un objetivo, ni por asomo, de los operadores de juego o sus afines. Esa incriminación emana de un contexto populista, teledirigido, interesado e infeccioso.

Vargas Llosa en La llamada de la tribu describe su evolución ideológica, desde su juventud marxista hacia una madurez cuajada de liberalismo. La injusticia en los entornos soviéticos le abre los ojos, se convence en Inglaterra y madura con el éxito americano de Reagan. En La sociedad abierta y sus enemigos, Karl Popper remarca la existencia de una versión “cerrada” que limitó tiránicamente el conocimiento, la libertad y la decisión personal, hasta que la democracia ensalzó el individualismo. La tribu limita el desarrollo y los tabúes marcan el quehacer diario.

La interacción entre la autonomía y sus posibles damnificados no funciona hoy armónicamente y pretenden limitar el consumo de ocio y, por extensión, la libertad y la igualdad. La importancia de la soberanía individual no se ve reflejada en la construcción que hacen ciertos actores sociales y maltratan un servicio que consideran erróneamente perjudicial. En general, no puede justificarse como un comportamiento dañino si se realiza legal, informada y autónomamente, extremando las advertencias y el control sobre los grupos vulnerables. Si se alteran estas condiciones mediante una patología previa, alguna distorsión mental o utilizando mercados ilegales, se modificaría esa situación y el usuario dejaría de estar protegido externamente. Esas circunstancias son ajenas a la propia actividad y resultarían tan perjudiciales como el desarrollo desordenado de otras facetas vitales.

Hoy en día, los valores tradicionales se han ido debilitando y las normas resultan extremadamente rígidas, la virtud es cosa del pasado, lo que importa es el placer, cada vez más excluyente, que no asume ninguna responsabilidad. Según Zygmunt Bauman, aún debemos aprender el arte de vivir en un mundo sobresaturado de información y, también, el aún más difícil arte de preparar a las próximas generaciones para ello. Sufren el “síndrome de la impaciencia”: mínimo esfuerzo e instantaneidad.

En este fluir constante de datos, el riesgo permanente es no saber filtrarlos. La educación debe reformarse, no para que brinde más conocimientos sino para desarrollar las habilidades necesarias que permitan distinguir lo que es válido de lo que no lo es. Lo mismo ocurre en el ámbito de los valores. El mundo cambia, pero lo hace sin un patrón claro. El futuro está marcado por la incertidumbre y hay que ser capaces de construir responsablemente el recorrido.

Tomar en serio a un ciudadano libre implica considerar todas sus decisiones en igualdad, ya sean las lecturas de Marx y Hegel, la ingesta excesiva, el ejercicio físico o los juegos de azar. La repuesta a un problema individual no debería estar asociada con el aumento de la coerción del sistema sino con otro tipo de alternativas relacionadas directamente con la pedagogía, la prevención, la asistencia y soluciones transversales frente a las externalidades negativas y las nuevas tecnologías. Reformulando las reflexiones de Raymond Aron y Jean-François Revel, el abuso tecnológico y el consumo excesivo, pueden convertirse en una amenaza a la libertad, aunque idealmente ésta se amplíe.

Gilles Lipovetsky hizo ver en su obra El crepúsculo del deber que nos encontramos en la etapa de sustitución del deber por el individualismo, en cómo ese “deber” generador de virtud queda relevado actualmente por el disfrute subjetivo, por el “ser”. Consideran que la libertad puede ser totalmente arbitraria y les permite decidir por su propia cuenta y deseo. Así, se avanza imparablemente en todo lo que sea experimentar a destiempo y con descontrol. La posmodernidad ha apartado a la diosa “Razón” y, en esta fase, el entretenimiento se ha convertido en esencial, aunque el verdadero espectáculo lo aportan actores que desechan lo riguroso para sustituirlo por lo sesgado, lo falso o lo discriminatorio.

Cual sombra chinesca del autoritarismo, se usan medidas regresivas que limitan derechos y libertades que auguran una involución económica y social. Steven Pinker nos recuerda que los populistas siempre están en el lado oscuro de la historia. Por su parte, Marc Lazar e Ilvo Diamanti, destacan que la populocracia es el resultado de la fuerza de los populismos organizados como partidos. Sus ideas impregnan la opinión pública, sus temas de interés dictan las agendas, lamentablemente sus formas se mimetizan y su lenguaje simplificador se extiende. Proponen soluciones fáciles a problemas complejos que demandan un mayor conocimiento, reflexión y transversalidad, aunque su principal objetivo es identificar a un “enemigo” y atacarle.

Para ellos no existen asuntos complicados sino solamente soluciones simples e inmediatas, esto se traduce en la estigmatización incluso de los expertos, porque consideran que sus conocimientos y resultados son exclusivamente un instrumento interesado de sus contrarios. El populismo, curiosamente, también recurre a la emoción y a las pasiones, en contra de la que consideran una fría racionalidad de los responsables políticos tradicionales. Su maniqueísmo innato empuja a crear unos claros objetivos en los que focalizar sus esfuerzos, convirtiéndolos en víctimas de una violencia que comienza a dejar de ser verbal y simbólica, la alientan y termina plasmándose en una especie de algaradas o “escraches” -por ejemplo, sobre los locales de juego- con el único afán de presionar socialmente.

Rememorando el discurso pronunciado por el primigenio Pablo Iglesias, en el Congreso de los Diputados el 7 de julio de 1910, expuso que: “este [mi] partido estará en la legalidad, mientras la legalidad le permita adquirir lo que necesita, fuera de la legalidad cuando ella no le permita realizar sus aspiraciones”. Puede que a esto se refieran actualmente en el punto 2 in fine del reciente acuerdo político de coalición: “controlar la extensión de las casas de apuestas”, sin distinguir las competencias para poder hacerlo y haciendo un perfecto brindis demagógico, entre otros muchos, a la desinformación legal. Ignorantia juris non excusat.

Gracias a la sociedad de la “des-información” y a la repercusión de las redes sociales, las propuestas que defienden la soberanía ilimitada de la gente en detrimento de las normas y los procedimientos del Estado de Derecho, son los mismos partidarios que con sus decisiones pretenden menoscabar el autogobierno y la paz social. Buscan actuar de la forma más rápida posible, hasta el punto de caer en la precipitación, sobre todo porque han entendido que la propaganda, especialmente la digital, constituye su principal apoyo y base para su idealizada revolución. Como manifestó Concepción Arenal, con “la ignorancia armonizan bien los errores”.

Quienes intentan restringir la libertad anulan la voluntad, el dinamismo y la indeterminación de los actos. Indudablemente vivimos en un capitalismo neoliberal que se ve trágicamente acompañado por la demagogia y un populismo adicto, sin rubor, al alarmismo en una sociedad “enfermiza”.

GERMÁN GUSANO SERRANO

ABOGADO

VER AZARplus 06/02/20.- El Juego de Azar en una sociedad “enfermiza” (Versión corta del artículo publicado en EXPANSIÓN)

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